Deadman walking

Esa sensación.

Sergio Bustos

03/04/2017 a las 21:56



"- ¡Mamá! Todo está bien, vuelve a casa. Dile a papá que no se preocupe, que el valle está tranquilo. Dile que el hombre del sombrero no es malo. Dile que es el mejor de todos los tiempos."



Más de una década ha pasado desde aquel día. Un chico español descubría el Pro Wrestling a través de un canal de televisión que emitía Smackdown!, un programa de la empresa norteamericana WWE. Uno de tantos. Era algo nuevo para él, algo todavía por explorar. Sus amigos le habían dicho que lo viera, que era increíble lo que hacía un tal Rey Mysterio y que Batista era una auténtica bestia. Y allí que fue. Identificó a buenos y a malos, a mejores y a peores, simpatizó con unos y puso mala cara con otros. Maldito Mr. Kennedy.

Al chico le gustaba lo que aparecía en la pantalla, pero le costaba decidirse. Lo que veía era, probablemente, demasiado genérico. Demasiado conocido. Las máscaras ya las llevaba antes Spiderman y los músculos ya los tenían los personajes de los videojuegos a los que jugaba en su vieja MegaDrive.

Pero algo le hizo elevar la ceja y prestar atención. Llegado un momento, las luces de su salón se apagaron y una campanada le dejó atónito en la oscuridad. O al menos así lo recuerda él. Un desconocido personaje aparecía en pantalla. Los comentaristas le llamaban El Enterrador, aunque el anunciador americano le denominaba The Undertaker. Portaba sombrero y vestía de negro. Avanzaba lentamente sobre humo y bajo relámpagos y truenos. Ah, y ponía los ojos en blanco. Pero aquel que debía intimidarle no lo hizo. Aquel le hizo creer al pequeño que en lo sobrenatural quizá había algo de verdad. Aquello no le asustaba. Aquello que veía le cautivó.

Más de diez años han pasado desde ese momento. Y en ellos, mil y una historias que el chico disfrutó. Mil y un combates con los que vibró. Mil y una preciosas entradas que religiosamente atendió.

The Undertaker cuelga las botas y deja los guantes. Lo hace con una despedida que al chico le sentó como un puñal directo a su infancia. Ese chico sufre hoy una sensación desconocida. Una sensación que le devora por dentro. Que no sabe expresar. Que no sabe compartir.

Podría ser afecto. Por aquel que no está cerca. Por aquel que desconoces.

Seguramente decepción. Por aquella despedida que no es justa. Por aquello que no está a la altura.

Emoción. Por lo que no te deja indiferente. Por lo que sentiste diferente.

Un último suspiro. Por una gabardina y un sombrero. Por campanadas y música celestial.

Nostalgia. Por esos momentos vividos.

Tristeza. Por no poder vivirlos más.

Agradecimiento. Desde lo más profundo de su ser hacia el más grande que ha pisado un cuadrilátero.

Pero no. Incompleto. Así se siente. Esa es la sensación. La de un vacío que nadie más podrá llenar.

Se acabó, es la hora de partir. Puño en alto. Último toque de campana. Luces fuera.

Deadman walking.

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