Malo malísimo

Vince McMahon. Heel o no heel, esa es la cuestión.

Sergio Bustos

11/03/2016 a las

Seamos claros: ser malo siempre ha sido más divertido. El malo cinematográfico no responde a cuestiones morales, no se enfrenta a conflictos con su personalidad ni tiene que estar pendiente del juicio del resto para decidir cómo actuar. Eres malo, así que solo preocúpate de cumplir como tal. Sigue una sencilla norma: no sigas las normas.

En el mundo del wrestling televisivo también entran en juego este tipo de factores a la hora de ejercer de antagonista, pero la forma de abordar el personaje es muy distinta. Una película es un producto de dos horas; el wrestling, de años. Es por ello que a menudo se hace tornar de bando a los protagonistas una vez sus personajes no dan para más con el simple ánimo de volver a presentarlos frescos y alargar su vida útil como activos de una empresa. Es aquí cuando el wrestling choca con el cine y convierte al bueno en el producto fácil de guionizar y al malo en el tipo con el que ir con cuidado. Aterrizo en esta conclusión valorando el público que adquiere la WWE a nivel internacional, donde una buena parte de la fanbase únicamente se sienta ante la pantalla (o en el pabellón) y disfruta de lo que se le presenta. Por ese sencillo motivo el face de turno, plano como el solo, recibe más interés que el heel típico. Esa es la razón por la que no se dan casi nunca combates entre dos heels y se venden como especiales los enfrentamientos entre dos faces.

Llegados a este punto es donde se entra a valorar al buen malo, ese que nunca pierde interés. Obviando la problemática que supone la disonancia entre heel y recepción del público que se da hoy en día (y sobre la que ya desarrollé unas líneas), resulta tentador abordar al heel como el tipo que resulta molesto porque realmente busca serlo, no porque no guste de por sí o porque no se desee a esa persona en ese determinado personaje. Cuesta admitir de cierta manera que Vincent Kennedy McMahon es la máxima representación de esa rara avis. Cuesta porque me gustaría que fuera un wrestler y que no fuera el jefe real de una empresa de la magnitud de la WWE. Y cuesta más cuando tú, como aficionado, criticas el producto y cada vez que aparece este señor te das cuenta de que sabe hacer el producto mejor que nadie. ¿Qué clase de engaño es este? ¿Cómo es posible?

Vince McMahon es esa figura que comienza a temer el chico en plena pubertad cuando aprende que las apariencias sí que engañan. Su abuela le había dicho desde pequeño que no se acercase a hombres de la calle con mal aspecto, pero ha acabado siendo el tipo aseado y bien vestido el que ha echado a su padre del trabajo. El déspota señor trajeado que duerme en buen colchón existe y puede llegar a resultar más terrorífico que el villano estándar de un thriller de los ochenta. Vince es el mandamás, el que se refiere a tu hobby como business y el que te trata como una unidad en la cifra de audiencias. Ese tipo que a ti, como persona de clase media personalidad más o menos estable, te da rabia. Y llegas a cuestionarte si el papel que cumple cara al público es, en realidad, reflejo de su comportamiento real. Porque lo hace tan bien que te cuesta creer que no haya similitudes entre persona y personaje.

Vince es el heel por excelencia, y puede serlo siempre que quiera. Hasta hace poco llevaba semanas sin aparecer, cosa que en la WWE suele traducirse en una ovación prácticamente cerrada cuando se produce el regreso, más cuando hablamos de una figura tan importante. Y efectivamente, Mr. McMahon fue ovacionado, pero solo ha tenido que ponerse al micrófono para acabar dándole la vuelta a su recibimiento. Sabe ser un sátrapa de manual y supone la mejor expresión de lo que un malo malísimo debe ser en la empresa.

En la storyline reciente con Shane lo vuelve a hacer, y para ello solo necesita un par de promos y el rival indicado. El Chairman conoce los trucos para irradiar beligerancia sana. Se convierte cuando quiere en ese momento en el que tienes prisa para coger el tren de turno y se te cierra la puerta en las narices. ¿Qué la gente espera que Undertaker interrumpa a Shane y el Deadman no está entre bastidores? Haz sonar el gong y apaga las luces, que ya me ocupo yo de convertir la algarabía en decepción. Y después me regodeo con perniciosa gestualidad, que si no molesta no merece la pena. ¿No es suficiente? No hay problema.a Paso de llamar a mi hijo "son" y le bautizo con orgullo y cabeza alta como "son of a b*tch". ¿No ha quedado suficiente claro? Imprimidme esta foto de la infancia de mi hijo con su padre, que me dispongo a romperla en directo con aséptica expresión facial.

Tres detalles simples a priori tornan a tres razones de peso para cogerle manía, como personaje y quizá como algo más si nos aventuramos. Todo por prescindir de lo habitual y alejarse un poco de lo establecido. No son necesarios exagerados giros de guión, solo representar lo que molesta e incomoda más que lo que define la maldad. Fútiles chascarrillos y tópicos del heel se dejan a un lado para ir a lo personal, lo que toca a la gente, lo que la despierta y le hace preguntarse "¿cómo puede estar diciendo eso?". En los días que corren y con la famosa y discutida Era PG, simples detalles maximizan la gravedad de ciertas acusaciones, siempre hablando dentro del kayfabe (o no).

Este engranaje de maldad predeterminada no fluiría tan bien si no fuera porque Vince se siente cómodo conduciéndolo. Eso y la dilatada experiencia que atesora se refleja en pequeños añadidos que conforman una figura realmente detestable al que le gusta nadar con altivez entre abucheos e insultos hacia su persona. Si el público te está gritando, deja de hablar e ínstales a que sigan haciéndolo. Si la gente y el oponente te anima a acercarte, mándales a la seguridad o al wrestler que desees que acuda por ti. Nada sobre raíles. La clave es bien sencilla y casi siempre se cumple con Vince: dale al público lo que no quiere y deja presente que te gusta joderles.

Pero el celebérrimo show que monta la WWE semanalmente no suele concordar con las cualidades vistas en el languidecido pero peleón McMahon. Prima el heel sosaina que abruma con mensajes planos e incapaz de hilvanar dos acciones lógicas dentro del itinerario de maldad fijado desde las altas esferas. Y molesta, vaya que si lo hace. Casualmente se llega al fin propuesto por las vías equivocadas. Molesta el heel por lo mal que trata su personaje, no porque consiga molestar con su buen hacer.

Este es el momento en el que paro, llamo a la puerta interna de mi cabeza y pregunto por qué me estoy haciendo esto. Cada vez que intento reflexionar sobre la figura del heel en la WWE llego a un punto de no retorno. Primero fue no poder decidirme sobre si es mejor heel el que recibe abucheos por no hacerlo bien o el que es ovacionado por bordarlo. Ahora es el descubrir que el heel maltratado por la previsibilidad de sus acciones me molesta en igual o mayor grado que el heel que lo consigue por su soberbia actuación.

La batalla perdida a la que asisto con orgullo me recuerda el haber desterrado la inocencia y todo aquello que me aportó en la infancia lo que pasaba tras la pantalla, donde luces de color y artistas en cuadriláteros bastaban para saciarme. Paladear el wrestling se ha convertido en misión (casi) imposible llegado a estas alturas de demencia analítica, pero el darme cuenta de ello me ayuda a dejar caer esa venda en ocasiones y volver a saborear esas sensaciones que me engancharon a esto desde tan pequeño. Y seguro que no le hago bien a una industria como el wrestling provocando esta condescendencia con el producto, pero hoy, al menos por unas horas, lo dejo. Lo dejo y me dispongo a disfrutar de lo que se me ofrece como aquel niño que cada vez dejo más y más atrás. Hoy me convierto en aquello que detesto. Me convierto en conformismo. Lejos queda la crítica y el análisis enfermizo que me atormenta de placer en cada detalle. Me planteo como meta el dejarme llevar. Como hacía antes. Como realmente funcionaba. Lo sé, esta conclusión no es el cierre que esperabas, pero hoy me he propuesto molestar a mis principios y a algunos de los tuyos. Hoy yo también quiero ser Vince. Hoy quiero ser malo. Malísimo.


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