Un incomprendido en la noche

Un incomprendido en la noche.

Sergio Bustos

08/09/2016 a las

Noches. He conocido muchas noches. Calurosas, frías y agradables. Somníferas y muy despiertas. En la calle. En redacciones. En montañas, playas y casas. Noches acompañado y noches en soledad. Muchas. He conocido muchas noches. Pero solo una no me deja ir y me atrapa inerme cuando ella quiere.

Es siempre la misma. Me encuentro solitario, en mi habitación, cerca de un escritorio y una cama, en compañía de una puerta cerrada, un portátil en mano y un par de ojeras en el rostro. Semblante serio y cansado, pero leve sonrisa interior. De satisfacción más que de felicidad. De encontrar tu momento de sosiego y tu tiempo para disfrutar de todo aquello que te agrada y solo tú eres capaz de comprender en tu círculo diario.

Conozco tipos a los que les gusta dormir de noche. Les miro con envidia. Ellos clavan sus ojos en mí timoratos cuando les comento mi ciclo de sueño en la rutina de mi descolocado almanaque. Se apiadan de mí. Eso o lo utilizan como objeto de una burla que, sorprendentemente, nunca me disgustó. Porque es mi elección, la de mis gustos al menos, y es lo que, en cierta medida, me llena. Los vecinos duermen, el edificio descansa y Madrid, bajo luces, fuentes y semáforos, respira desahogada. Y allí estoy yo: a las cinco de la mañana de un lunes despierto, mirando una pantalla que proyecta una imagen de dos hombres en calzoncillos sobre un cuadrilátero a baja resolución de un streaming de una televisión americana. Menudo imbécil.

Pero me gusta la noche. Escuchar el silencio quebrarse solo por lo que yo decido que lo rompa. Abro la ventana y miro. Apenas una luna en el cielo y nadie ahí fuera. Y mis pulmones se llenan de aire urbano. Es el mismo, igual de pesado y torticero, pero se respira diferente. Vuelvo a mi mesa en el único momento donde Twitter se deja leer, preludio de mi abstracción posterior. Qué gozada. Miro el reloj, agarro el ordenador y me acomodo. Ya casi ha empezado y no voy a ser yo el que me lo pierda. Es noche grande y los inicios siempre los abrazas con más ganas.

Y ahí va. Uno tras otro, segmento tras combate, anuncio tras anuncio, hora tras hora. Te metes en la historia, en los personajes y en el ambiente. Todo en busca de ese momento de felicidad incomprendida. ¿Por qué iba a estar yo así si no?

A veces ese momento llega. Vaya que si llega. Un detalle ambivalente, un combate tenso o un apodíctico desenlace te hace saltar de tu asiento y te ofrece la que es con seguridad la mayor emoción del día. Qué absurdo puede parecer y qué bonito es entenderlo.

El wrestling me ha aportado momentos inolvidables y recuerdos para toda la vida. Un hobby más convertido en algo tan pasional como cualquier deporte que te atrape. Soy un incomprendido en la noche, y pretendo seguir siéndolo. Y a todos aquellos altivos que no lo entendéis y miráis con sórdida superioridad cuando os lo cuentan, os digo: no sabéis lo que os perdéis. Benditos mis gustos.

Dormid, que la noche ya es nuestra.


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