Wrestling desde dentro, Angélico y Chuck Taylor llegan a España

Historia detallada, en primera persona, de uno de los fines de semana más importantes de la historia del wrestling español.

Alejandro Giménez

22/03/2016 a las

Sábado, suena el despertador. Son las 7:00 de la mañana, el sol no ha salido aún, el cielo está encapotado y parece que va a llover. Lo sé, no es el clima más apetecible para salir, pero la ocasión merece la pena. Sin mayor distracción y con un mero café en el cuerpo salgo de casa rumbo a L’Hospitalet del Llobregat (Barcelona). El tren está medio vacío, la gente callada…es sábado por la mañana, no puedo esperar más. Llegamos a nuestro destino (con cierto retraso, todo sea dicho) y comenzamos a caminar. Ha parado de llover, sí, sin embargo, las nubes que nos vigilan desde arriba dejan ver que el agua será la nota predominante hoy. 
 
Terminamos (mi cámara y yo) un breve paseo por las oscuras y poco amigables calles de la ciudad y finalmente llegamos al destino, la Nave F de la Avinguda Carrilet, al lado de la Sala Salamadra, un local más que conocido por todos los fiesteros de la zona. No, hoy no vamos de fiesta. Hoy toca trabajar, ¿o debería decir disfrutar? La puerta de la nave, vieja y con una fachada sucia y antigua, está abierta. Mike (conocido cómo Jocoso Jr. por los aficionados al wrestling español) y Oliver (Capitán Barracuda) son sus guardianes. Hoy no es un día normal y corriente. Nada de rutinarios entrenamientos de la Spanish Pro Wrestling (SPW), hoy viene Angélico, la estrella internacional. Para el que no esté familiarizado con el mundillo de la lucha libre mexicana comentarles que Angélico, nuestro anfitrión, es un reconocido luchador que se ha hecho famoso a base de grandes actuaciones y buenos combates en AAA y Lucha Underground, total na’, como dirían en mi tierra. Pero bueno, dejemos a un lado las clases de historia de la lucha y centrémonos en lo que nos importa de verdad, el campus. Mike y Oliver limpian los aledaños del recinto, así como su interior, con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras tanto, después de saludar cordialmente, decido cruzar aquella pequeña y misteriosa puerta para adentrarme en la que sería mi segunda casa durante los próximos tres días. Grata sorpresa con la que me encontré. 
 
Y hablo de grata sorpresa para una persona tan extraña como yo, obviamente. La sala de entrenamiento con la que me encontré era apta para snobs o gente refinada. Altos techos, paredes blancas sin apenas decoración, humedades a diestro y siniestro…mis ojos no dejaban de mirar con detalle todo lo que me rodeaba, me acababa de tele-transportar a una auténtica nave al más puro estilo neoyorquino de los años 70. Un local oscuro y frío. La iluminación dependía en gran parte al sol que hubiera en el exterior, algo que hoy escaseaba. Dejo una salita a modo ‘despacho’ para dejar las pertenencias a mi izquierda y veo cómo algunos ‘trofeos’ decoraban una pequeña estantería solitaria en medio de la nada, de los pocos muebles que se podían ver por ahí. Sin embargo, más allá de humedades y detalles de la infraestructura frutos de la dejadez y el paso de los años, esta nave estaba coronada por aquel elemento fundamental que a todos los amantes de este espectáculo nos encanta: el ring. El cuadrilátero era lo primero que veías al entrar, ahí, algo esquinado, dejando espacio al paso y a una pequeña lona auxiliar situada al otro extremo del local. El ambiente era perfecto. Estaba enamorado con todo lo que veían mis ojos y mi cámara ya empezaba a pensar posibles ángulos de cámara. La gente iba entrando poco a poco, en pequeños grupos. Saludos por aquí, saludos por allá, alguna que otra broma…se respiraba el buen rollo. Eran gente de SPW en su mayoría, aunque también puedo apreciar a algún que otro alumno de RIOT Wrestling o SWC. Hoy las rivalidades y los problemas pasan a un segundo plano, hoy el wrestling nacional está más unido que nunca. Todos están cambiados y listos para empezar pero….emmm…falta la pieza central de todo este baile, el protagonista de nuestra historia, el señor Angélico. 
 
Y ahí llega, como si nada. Entra por la puerta un espigado luchador, que no tan alto como pensaba, y se detiene a saludar uno por uno a todos los presentes, con una sincera sonrisa iluminando su rostro. Era uno más, parecía otro alumno que acababa de llegar. Aquel personaje derrochaba humildad. A fin de cuentas, a ningún profesional del mundo del wrestling se le sube tanto la fama a la cabeza hasta el punto de creerse una ‘súper-estrella’ intocable, cómo vemos en el fútbol. En el wrestling, el luchador intenta parecer lo más cercano y terrenal posible, y Angélico era buena prueba de ello. Vestido de chándal, como mandan los cánones para la ocasión, el sudafricano destacaba por encima del resto por los detalles verde fosforito de su indumentaria. Deportivas ajustadas, calcetas a rallas, camiseta personalizada, chaqueta y gorra. ¡Oh, esa gorra! Angélico llevaba la gorra hacia atrás como un auténtico jovenzuelo aficionado al rap y al monopatín. Sin embargo, el la llevaba con estilo. Como un auténtico galán. 
 
El silencio se apoderó de la sala cuando Angélico pasó a saludar. El respeto era increíble y ninguno de los presentes podíamos creer lo que estaba pasando por delante de nuestros ojos. Cuándo Angélico entró al ya mencionado despacho a cambiarse la gente empezó a murmurar. Le emoción se palpaba en el ambiente. La sesión empezó, como era de esperar, a las 10 de la mañana. Angélico hacía uso de un perfecto español repleto de expresiones mexicanas (como se nota el paso por AAA). Tras una breve introducción comenzaba lo bueno. Los chicos empezaron su aventura con una intensa hora de trabajo físico. Sentadillas por doquier y un extraño ejercicio que nuestro protagonista aprendió en Japón denominado ‘Lagartija’. Aunque bueno, por los rostros de los chicos más que un ejercicio parecía una tortura, ¡Madre mía! La intensidad de este “””””calentamiento””””” fue bestial. Angélico mandaba órdenes cual general desde lo alto del cuadrilátero mientras los alumnos hacían lo propio sin rechistar. El cansancio, el sudor y el sufrimiento se hicieron con el control de la Nave F durante toda la hora de entrenamiento. La gente se veía obligada a detenerse y salir a tomar el aire. Bueno, más que aire a empaparse bajo una lluvia que ya empezaba a pintar el suelo de L’Hospitalet. Daba igual, los chicos necesitaban descanso. Me acerco a hablar con algunos luchadores y todos coinciden en lo mismo: está siendo un entrenamiento duro, sí, pero están disfrutando como niños y quieren más. No podía creer lo que veían mis ojos, qué acto de masoquismo. 
 
El resto de mañana fue más tranquila y entretenida de ver. Angélico centró su entrenamiento en el llaveo y la técnica. Puede que algunos de los presentes estuvieran esperando a que su maestro les enseñara a volar y ejecutar saltos increíbles sin inmutarse, no obstante, no fue así. Angélico, independientemente de sus problemas en la rodilla que le impedían dar el 100%, dejó claro que lo que a él le gusta es la técnica, y por ello centraría la clase en enseñarles llaves, llaves y más llaves. La sesión transcurría a buen ritmo. El profesor estaba contento con sus alumnos, había más nivel del que pensaba. Los luchadores españoles del turno de mañana, confeccionado por talentos de Barcelona y Cádiz, se dejaron la piel y calaron hondo en el corazón de Angélico. Yo, mientras tanto, admiraba y observaba al detalle todo lo que transcurría a mí alrededor. Como si de una obra de arte se tratase, me fijaba en cada una de las palabras que salían por la boca de Angélico, en cada uno de sus movimientos. A quién quiero engañar, yo también  estaba cumpliendo un sueño. 
 
Las horas pasaban a un ritmo fulminante y las manecillas de aquel reloj azul celeste que decoraba la humedecida pared del local parecían estar trucadas para avanzar más rápido. Candados de brazo por aquí, llaves de pierna por acá, ahora te cojo y te lanzo contra el suelo…estaba siendo una sesión la mar de productiva. Termina el último ejercicio, al fin, y llega la parte más esperada para un servidor: la charla post-entreno. Como si de la típica escena de película se tratase, Angélico pide a sus alumnos que se sienten en corro a su alrededor para comenzar una ronda de preguntas y respuestas. Yo, mientras tanto, seguía en mi nube. Mirando con una admiración similar a la que los apósteles tenían por Jesús a un luchador sudafricano que no es más que un mero desconocido para toda persona ajena al wrestling. Los luchadores, como es normal, mostraron vergüenza de primeras. No sé si fruto del cansancio o del respeto hacia el luchador, pero parecían no querer incomodarle. Sin embargo, el silencio no duraría mucho. JB, conocido luchador de RIOT Wrestling, sacó su libreta para tomar apuntes y comenzó una ronda de preguntas que parecía no tener fin. Siempre era “la última pregunta”. Se agradece, de verdad. A partir de aquí empezamos a ver el lado más humano y cercano de Angélico. Hablaba de Japón, México, Estados Unidos…de todo. Hasta contó, a petición de uno de los luchadores gaditanos, un par de anécdotas graciosas en las que intervenían salchichas, anos y licenciados….y hasta aquí puedo contar. La ronda de preguntas se alargó hasta los 40 minutos de duración y fue la guinda perfecta para una mañana de ensueño. Los luchadores, ahora, se acercaban, uno por uno, a Angélico. Les faltaban las palabras para agradecerle la clase de hoy. Los halagos resonaban por toda aquella vieja y fría nave mientras yo terminaba de despedirme de los chicos. Fotos, fotos y más fotos. Había sido una sesión muy productiva sí, pero el fin de semana no había hecho nada más que comenzar. 
 
No tuve el placer de ver al completo el resto de entrenamientos. Uno es persona y tiene también otras obligaciones a las que responder. No obstante, independientemente de todo esto, no pude resistir la tentación de acércame a echar un vistazo a las tres sesiones que faltaban por darse. 
 
El sábado por la tarde fue muy especial para mí. Tuve la ocasión de entrevistar personalmente a Angélico. Que sí, lo sé, ya habíamos hablado un poco durante la sesión de la mañana y le había visto responder las preguntas de los chicos, vale, pero yo quería mi entrevista. Para algo estudio periodismo. El caso, dejémonos de tonterías y vayamos con lo que importa, el wrestling. La sesión de la tarde fue fascinante por varios aspectos. Lo más interesante fue ver de nuevo las caras de asombro del grupo de alumnos al encontrarse con Angélico por primera vez. Yo, que había pasado toda la mañana con él, ya me estaba “acostumbrando” a su presencia. Sin embargo, ver de nuevo a un grupo de chicos ilusionado y emocionado me sacó una sonrisa. La sesión transcurrió con el mismo ritmo que a la mañana. Una clase idéntica, para que engañarnos. Angélico terminó de explicar un ejercicio y les dio a los chicos 15 minutos para descansar. Y vaya 15 minutos más maravillosos. Unos 15 minutos que difícilmente olvidaré. Angélico me buscó con la mirada y me pidió que subiera al ring. Y ahí estaba yo, frente a frente, sentado con él como si de un amigo de toda la vida se tratase. Estábamos en medio del local, ante la atenta mirada de todos los asistentes. Miradas que yo ignoraba. Mi grado de concentración era tal que, para mí, solo existíamos en ese momento Angélico y yo. La entrevista fluyó a un ritmo muy agradable y cercano, como era de esperar al tratarse de un profesional como él. El tiempo se agotó y pude hacer todas mis preguntas. Tenía mi material, pero eso me daba igual. Lo realmente importante era que había cumplido un sueño. Entrevistar de tú a tú a un profesional del negocio. Ese fue el final del día para un servidor. El resto de chicos tenían todavía dos largas horas de entrenamiento por delante. A mí me tocaba volver a casa, trabajar y coger fuerzas para el día siguiente, otro profesional norteamericano me esperaba con los brazos abiertos. 
 
Mi experiencia en el ‘campus’ de Chuck Taylor no es muy digna de contar, para que engañarnos. Apenas pude pararme a ver con detenimiento los entrenamientos y simplemente tuve la suerte de echarle un ojo a dos o tres ejercicios. Pero bueno, por lo que comentaron la mayoría de personas que formaron parte del campus, la sesión de Chuck Taylor les pareció más funcional y aplicable a su día a día en ring que la de Angélico. Cabe destacar también que Chuck trabaja como entrenador profesional en CHIKARA, mientras que Angélico es un mero profesional, especializado en pelear y no en enseñar. 
 
El domingo por la tarde Chuck Taylor tenía una cara de todo menos amigable. No podía creer lo que estaba viendo. Un luchador tan guasón y divertido, conocido en todo el mundo por sus combates cómicos, estaba con cara de luto y unas ojeras más grandes que la parcela de la nave de SPW. “No ha dormido nada”, me contaban los responsables de la escuela. Chuck ejemplificaba así la vida del luchador independiente. Volando constantemente de una punta a otra del mundo aceptando apariciones en decenas de empresas diferentes. Mi entrevista debía esperar al lunes. El propio Chuck me dijo que podíamos haberla hecho el sábado, si era estrictamente necesario, pero si era posible prefería esperar al lunes. Se sentía la sinceridad (y el cansancio) en sus palabras. 
 
Por lo tanto, no me quedó otra que esperar al lunes. Cuando crucé de nuevo aquella pequeña y oxidada puerta, que daba paso a mi mini-paraíso del wrestling profesional, me encontré de lleno con un Chuck Taylor feliz, vivo y activo, que ordenaba y dirigía su clase mientras bromeaba y reía. Ese era el Chuck Taylor que todos conocíamos. Tan solo unos minutos después de mi llegada el entrenamiento terminó. Chuck ordenó, al igual que Angélico el sábado, que los chicos se sentaran para descansar y hablar un rato con ellos. Una nueva divertida y fascinante sesión de preguntas y respuestas daba comienzo. Las caras de asombro y respeto de los alumnos eran geniales. Era como si quisieran memorizar todas y cada una de las sílabas que salían de la boca de Chuck. Mi cara debía ser tan sorprendente de ver como las suyas, porque yo seguía en mi nube particular que ya empezaba a deshacerse. Las preguntas terminan y después de una breve sesión de fotos llega mi momento. Chuck saca su maleta y la abre en el borde del ring, mientras tanto, yo voy sacando mi móvil para comenzar a grabar la que sería la segunda entrevista del fin de semana. Yo preguntaba, con más nervios de los habituales, todo lo que tenía apuntado en mi papel. Mi voz era temblorosa al inicio. No por miedo o excesivo respeto al luchador, que va, mi voz temblaba por lo oxidado que estaba mi inglés. Intentaba con todas mis fuerzas parecer fluido en todo momento. Chuck se limitaba a responder y entendió todo lo que le dije, o al menos supo interpretarlo y fingía que mi nivel era perfecto. 
 
La entrevista tuvo un tono mucho más cercano y familiar que la de Angélico. No sé si el hecho de que no tuviéramos prisa alguna jugó un papel importante, pero creo que Chuck es un tipo mucho más divertido. Realmente ama lo que hace. El caso, que ahí estaba yo, con mis cuatro anotaciones, haciendo todas las preguntas que se me pasaban por la cabeza. Una vez más mí alrededor estaba lleno de ruidos, movimientos y personas andando de un lado para otro. Un entorno que, hasta que no detuve la grabación y di por finalizada la entrevista, pasó desapercibido para mí. Estaba, una vez más, dentro de una burbuja en la que me habría quedado a vivir hasta el final de mis días. 
 
Chuck, como digo, respondía abiertamente a mis preguntas. Hablaba de todo sin reparo alguno mientras se quitaba las rodilleras y echaba una especie de polvo marrón en un bote con agua, ya sabéis, preparaba el típico batido proteínico post-entrenamiento que tanto gusta a los deportistas. No parecía algo muy apetitoso. Mientras hablaba con Chuck y le prestaba toda mi atención, una vez más, cuál apóstol frente a Jesús resucitado, pude observar dentro de su pequeña maleta dos muñecos articulados de WWE. “Viajo siempre con ellos”, me dijo mientras esbozaba una sonrisa. Fue una entrevista llena de momentos graciosos.
 
La última pregunta llegó y el silencio se hizo. Me deshice en halagos y agradecimientos hacía él y le di la mano, como buen profesional. Tomamos una foto para inmortalizar el momento y pusimos punto y final a nuestro encuentro. Me colgué mi pequeña y delicada mochila a los hombros y abrí la puerta de la nave una vez más. En esta ocasión para salir y dar por finalizado un fin de semana de ensueño. Eran ya casi las 10 de la  noche y a mí, que no había comido nada desde el mediodía, me esperaba un largo camino a casa. No me importaba, en absoluto. En esos momentos estaba feliz y satisfecho con mi trabajo. Había conseguido hacer mis entrevistas, pero, por encima de todo, lo había pasado en grande cumpliendo un nuevo sueño. Ni el frío ni la lluvia podían estropear un momento así.
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